MEDICA, Y PERIODISTA PONE ÉNFASIS QUE ES HORA DE SER EXPLÍCITO SOBRE EL COVID Y SUS CONSECUENCIAS

Por Elisabeth Rosenthal, quien trabajó como médica de salas de urgencias antes de volverse periodista. Publicado para The New York Times, un artículo para leer y reflexionar, aquí compartido de Infobae.

Todavía recuerdo exactamente dónde estaba sentada hace décadas, cuando le pasaron el cortometraje a mi clase: durante unos pocos y dolorosos minutos, vimos a una mujer que hablaba a través de un hoyo en su garganta, con un tono rasposo y monótono, y hacía pausas de vez en cuando para jalar aire.

El mensaje de servicio a la comunidad: esto puede suceder si fumas.

Tuve pesadillas sobre ese anuncio, el cual hoy en día seguramente vendría etiquetado con una advertencia o se consideraría no apropiado para niños. Sin embargo, tuvo una eficacia absolutanunca empecé a fumar ni tampoco creo que lo hayan hecho unos pocos, si es que hubo alguno, de mis aterrorizados compañeros de clase.

Entre 1967 y 1970, cuando el gobierno les exigió a las estaciones de radio y televisión que dieran 75 millones de dólares de tiempo de aire para anuncios en contra del consumo del tabaco —muchos de los cuales eran terroríficamente explícitos—, las tasas de fumadores se desplomaron. Desde entonces, varias campañas “atemorizantes” en contra del cigarro han demostrado ser exitosas. En algunas, incluso hubo celebridades, como la ofrenda póstuma de Yul Brynner con una advertencia tras morir de cáncer de pulmón: “Ahora que ya no estoy, no fumes, no importa qué hagas, simplemente no fumes”.

Mientras Estados Unidos enfrenta picos descontrolados de COVID-19 y la gente se rehúsa a acatar las precauciones recomendadas, a menudo incluso obligatorias, nuestros anuncios de salud pública de parte de gobiernos, agrupaciones médicas y empresas dedicadas a la atención médica se sienten sosos en comparación con la urgencia del momento. Son una mezcla virtuosa y profundamente aburrida de eslóganes ingeniosos, información científica y convocatorias a cumplir las obligaciones cívicas.

Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por su sigla en inglés) instan al uso de cubrebocas en videos donde aparecen científicos y doctores diciendo que quieren seguridad para los niños al enviarlos a la escuela o proteger la libertad.

Cuando los casos estaban aumentando en septiembre, el gobierno de Míchigan produjo videos en los que exhortaba: “Propaga esperanza, no COVID”, para exhortar a los habitantes del estado a usar cubrebocas “para tu comunidad y tu país”.

CHOFER DE UBER EN USA. PREVENCIÓN POR COVID 19

Ya basta de eso. Ser amables como Mister Rogers no está funcionando en muchas partes del país. Es momento de asustar e incomodar a las personas. Llegó la hora de un realismo drástico y enfocado en aterrorizar.

“El recurso del miedo puede ser muy eficaz”, opinó Jay Van Bavel, profesor adjunto de Psicología en la Universidad de Nueva York, quien fue coautor de un artículo publicado en Nature sobre las maneras en que las ciencias sociales podían respaldar los esfuerzos de respuesta frente a la COVID-19. (Van Bavel hizo notar que tal vez no sean tan necesarios en lugares como Nueva York, donde la gente experimentó las sirenas constantes y los hospitales improvisados).

De lo que pude averiguar, el estado de California estuvo cerca de mostrar la urgencia: un video de enfoque suave de una persona conectada a un respirador, con el sonido de la máquina de fondo, pero sin un rostro. En él se exhortaba a la gente a usar cubrebocas para proteger a sus amigos, mamás y abuelos.

Sin embargo, tal vez necesitamos un anuncio de servicio público en el que haya alguien realmente conectado a un respirador en el hospital. Se podría ver a esa persona “corcoveándose contra el respirador”: los cuerpos se rebelan de manera natural contra la máquina que mete oxígeno a presión en los pulmones, por eso los pacientes suelen estar sedados.

(Como yo había sido testigo de este sufrimiento como doctora, siempre fui honesta sobre el trauma con los seres queridos de pacientes con enfermedades terminales cuando intentaban decidir si debían dar su consentimiento para que un familiar fuera conectado a un respirador. Suena tan fácil como inyectarle a alguien un medicamento intravenoso. No lo es).