Cecilia era pequeña y delgada, una evanescente figura que habita en el misterio de lo que repentinamente dejó de estar. Cuesta mucho retener los contornos de su rostro a pesar de que las fotografías son las mismas desde hace décadas y traen el recuerdo inmóvil de una mujer bella que en un abrir y cerrar de ojos se esfumó sin eco, sin huella. Qué mayor atractivo que lo que no tiene explicación o, acaso, lo que se explica de muchas maneras. Cecilia es Cecilia Enriqueta Giubileo, una médica que tenía 39 años, que trabajaba en un neuropsiquiátrico y que una madrugada de hace muchos años, desapareció. De esa desaparición hablaremos por siempre.
La Colonia Montes de Oca, el neuropsiquiátrico, está situado en la localidad de Torres, a 11 kilómetros de Luján y a 100 de la Capital Federal. En 1985, cuando Cecilia se convirtió en un recuerdo, albergaba a 1200 enfermos. Trece años antes había menos pacientes y Cecilia estaba muy pero muy lejos de ese lugar y parecía imposible que la línea de su destino se cruzase alguna vez con la localidad de Torres. Había nacido en 1946 en Lincoln, provincia de Buenos Aires, pero vivió y estudió medicina en Córdoba. Políticamente simpatizaba con ideas de izquierda y salió a la calle en mayo de 1969 en el levantamiento popular, conocido como el “Cordobazo”, contra la dictadura militar de Juan Carlos Onganía. Tres años después, en 1972, se casó con Pablo Chabrol y se fue a vivir a Gijón, España. El matrimonio, sin embargo, se derrumbó en la mismísima luna de miel y ella decidió volver sola a la Argentina. Un año después se recibió de médica en Córdoba y luego ingresó a la Colonia Montes de Oca. En otras palabras, hacía muchos años que trabajaba allí cuando protagonizó los últimos hechos de su vida de que se tengan noticia.
Cecilia vivía sola en Luján y atendía un consultorio particular en Torres. Practicaba taekwondo y estudiaba canto. Esta conocido que salía con un colega que también trabajaba en la Colonia; que tenían un plazo fijo a orden conjunta; que había comprado terrenos en el Tigre; que hacían planes… No se mostraba deprimida ni angustiada. No estaba estancada sino que, por el contrario, iba para adelante con sus cosas y sus proyectos. Cecilia tenía una amiga a la que le contaba todo lo que le pasaba en la vida que era su propia mamá, María Lanzetti de Giubileo, una mujer de 60 años que vivía en Barrio Jardín, Córdoba.
El domingo 16 de junio de 1985 llegó a la Colonia en su Renault 6 de color blanco. Antes había llenado el tanque de nafta. Detuvo el auto frente a la Casa Médica, uno de los edificios del lugar que habitaban los profesionales que desde allí iban a los pabellones a visitar a los internos. Tomó la guardia y marcó tarjeta a las 21.38. Era una noche fría y húmeda, con neblina. Parece mentira pero el clima era el que cualquiera imaginaría para contar hechos misteriosos.
Cecilia estaba vestida con un jogging azul con vivos blancos, campera celeste, zapatilla blancas. Atendió a un paciente con bronquitis que tenía fiebre y luego firmó el acta de defunción de Patricia Villalba, cuyos parientes fueron a retirar el cuerpo. Miguel Cano, un enfermo del pabellón 7, a unos 500 metros de la Casa Médica, la fue a buscar. Qué curioso: en ese pabellón número 7, que como todos los demás era muy frío, con los pisos húmedos, abandonado, vivió internado Alejandro Videla, un hijo del dictador Jorge Rafael Videla (según Miguel Bonasso, en los años sesenta, Videla internó a uno de sus siete hijos en la Colonia Montes de Oca; el muchacho, Alejandro Videla, fue diagnosticado como “oligofrénico profundo”).
Cecilia fue con Miguel Cano y volvió con él hasta cierto punto porque le dijo que no hacía falta que la acompañara todo el camino, que regresara que ella seguía sola.
-Andá tranquilo… Yo voy a descansar un rato.
Se cruzó con un enfermero de apellido Novello. Eran las 00.15 del lunes 17.
– Todo bien, doctora?
– Si. Vengo del pabellón 7, tuve que atender una urticaria…
Al amanecer de ese día la médica no estaba por ningún lado. Florencio Elías Sánchez, psiquiatra, antropólogo, director de la Colonia, sin pensarlo dos veces le hizo un sumario por abandono de guardia en lugar de una denuncia policial por desaparición de persona. Para él no había ninguna duda de que la médica se había ido por su cuenta. Su conclusión fue tan fulminante como sorprendente. ¿Por qué abandonara la guardia de manera voluntaria? Sánchez ordenó pintar y limpiar la Casa Médica y hasta trabajos de albañilería que incluyeron el cuarto de Giubileo. Si había una posibilidad de levantar indicios de ese lugar, se perdió para siempre. Esta actitud desmedida y estrafalaria del director provocó y provoca las más negras sospechas sobre el propio Sánchez y sobre lo que ocurría clandestinamente en la Colonia, que él dirigía desde 1977. La idea que surgió fue que quiso rápidamente hacer pasar la desaparición como un acto libre y espontáneo de Giubileo para tapar irregularidades que Cecilia conocía y quería denunciar. Y que, por eso mismo, sabía lo que había ocurrido con ella. Eran especulaciones, sí, pero fue Sánchez con su actitud de indiferencia y hasta desprecio hacia la médica el que dio por para que se pensara de esa forma.
En el cuarto de Giubileo, antes que comenzaran a trabajar los albañiles, encontraron que la cama estaba sin tender. Su par de zapatos marrones con punta beige aparecían a un costado pero faltaba su bolso y su maletín. Mucho tiempo después se advirtió que el tanque de nafta de su auto estaba vacío. ¿Salió la médica en su automóvil? Si salió por su cuenta daba toda la apariencia de que pensaba volver y si lo hizo forzada, daba toda la apariencia de que volvieron a estacionar el auto dentro de la Colonia pero ya sin combustible. El paciente Miguel Cano del pabellón 7, que la había ido a buscar por lo de la “urticaria gigante”, contó que aquella noche vio el furgón funerario que trasladaría a la fallecida Patricia Villalba y, además, vio un auto negro con las ventanillas alzadas. ¿Un auto negro?
El misterio de la ciénaga
Nadie de la Colonia hizo la denuncia de desaparición. Nadie, ni sus colegas. Ni al día siguiente, ni al otro día ni al otro. Demasiado tiempo para no pensar en ocultamiento. ¿Pero es que nadie le tenía aprecio a la médica Giubileo como para no importarles qué le hubiese ocurrido o todos sabían qué le había ocurrido? Recién cinco días después de la desaparición un matrimonio amigo de Cecilia, Betty Elhinger y Julián Sequeira, realizaron una presentación judicial. Intervino el juez Héctor Heredia. De inmediato llegaron a la Colonia patrullas policiales con perros rastreadores, helicópteros sobrevolaron la zona, policías se metieron en túneles, sótanos y altillos. Y a la semana de su desaparición su mamá llegó de Córdoba para abrir el departamento de Cecilia en Luján, en la calle Humberto I. Lo primero que se advirtió fue que estaba la estufa prendida, lo que solía hacer Cecilia para encontrar el ambiente templado cuando volviera de su trabajo. Es decir, no tenía pensado ir a ningún lado voluntariamente. También estaban en su sitio, en un tarro de maicena, 2.800 dólares que eran los ahorros de la médica.
Pero en el lugar faltaban libretas y carpetas con la historia de algunos pacientes. También una grabación. ¿Esos expedientes los referidos a la muerte dudosa de internos de la Colonia? El comisario Luis Lencinas de Luján encontró allí una agenda con una lista de cinco enfermos mentales y su fecha de muerte. ¿Por qué Cecilia llevaría esa lista? Corrían inquietantes versiones. Por ejemplo que la noche de la desaparición, después de atender lo de la “urticaria”, Giubileo salió de la Colonia y se reunió con dos hombres, uno rubio y el otro morocho, en el bar Rancho Grande, a unos 15 minutos del neuropsiquiátrico. Esta historia no explica cómo llegó allí y por qué nadie del bar dijera nada. Como sea, les habría dado a esos hombres carpetas y un sobre. Jamás se pudo comprobar este dato.
En la Colonia sí se comprobó que la hoja de ingreso del personal donde figuraba la entrada de Cecilia aquél domingo 16 fue arrancada.
Buscar a una persona en un psiquiátrico dio motivo a situaciones absurdas. Una interna, Patricia Valle, que intentó fugarse varias veces del lugar, dijo que vio a Giubileo en un haras de la zona, amordazada. Nunca pudo dar dos versiones iguales sobre esa circunstancia. También apareció una grabación que nadie pudo explicar de dónde vino, en la cual se escuchaba una voz de mujer que decía que era Cecilia, que estaba bien y que no la buscaran más. María, su mamá, creyó en su desesperación reconocer la voz de su hija pero una pericia de voz lo descartó. La Policía también aportó lo suyo. Llevó una vidente, Leonor Hernández, a recorrer la Colonia. La mujer indicó que “sentía” que había un ser en el tanque de agua. En un gran operativo, lo vaciaron… la expectativa era enorme… y apareció un gato muerto.
El caso Giubileo puso a la luz una administración corrupta, pacientes que eran víctimas de prácticas ilegales, desorganización, suciedad, abandono, techos que estaban a punto de derrumbarse, vidrios rotos, cables sueltos y un olor nauseabundo por casi todos lados. Muchos pacientes pasaron por allí sin que hubiese registro alguno, ni de alta ni de defunción. ¿Están? ¿Dónde están? El director Sánchez, que seguía diciendo que Giubileo se fue por su cuenta, dio explicaciones ridículas. Decía que era imposible controlarlos a todos y dio el ejemplo de un hombre, con nombre y apellido, que se escapaba permanentemente. Pero ese hombre era parapléjico. En el lugar, además, se traficaba con casi todo, sábanas, frazadas, comida, plasma a 6 dólares el litro. Como siempre los sólidos datos recogidos por la prensa naufragaron en los tribunales. Francisco Merino, un ex novio de Cecilia que seguía manteniendo con ella una relación amistosa, afirmó que la notó asustada y nerviosa los días anteriores a su desaparición. Ella le había dado a entender sobre tráfico de órganos, especialmente de córneas, en la Colonia. La BBC de Londres destacó un equipo encabezado por Bruce Harris, que realizaba una investigación sobre el tráfico mundial de órganos. Más de media hora de ese documental trataba sobre las miserias de la Colonia Montes de Oca, del infierno que los cuerdos le daban a los dementes.
Luego de la emisión de ese programa el director Sánchez fue inculpado y llevado preso a la cárcel de Mercedes por corrupción administrativa. Allí estuvo cinco meses. Murió en esa prisión el 10 de julio de 1992 de un infarto. Durante su estadía escribió un libro titulado “El desnudo de la inocencia. La verdad sobre la Colonia Montes de Oca”. En las seis páginas que le dedicó al caso Giubileo reflotó la supuesta vinculación con grupos terroristas de dos cuñados de Cecilia, hermanos de su ex marido Pablo Chabrol, que eran militantes del ERP y estaban desaparecidos. Sánchez no utilizo eufemismos para denominar o calificar a Cecilia. Dijo que era esquizofrénica.
Las impresiones de Francisco Merino no tuvieron corroboración. Y acerca de aquello que horrorizaba pero a la vez atrapa al público que era el asunto del tráfico de órganos, Marcelo Parrilli, el abogado de la familia Giubileo, afirmó: “En la Colonia no había capacidad quirúrgica, ni médica, ni farmacológica, ni higiénica como para hacer absolutamente nada. Es estúpido decir que había tráfico de órganos ahí. En todo caso, era más probable que hubiera tráfico de personas. Tranquilamente podías llevarte un tipo y, al mejor estilo desarmadero de Warnes, sacarle los órganos adonde a vos se te ocurriera sin que nadie se enterase, ya que cualquier chacarero debía tener más control sobre sus gallinas que el que tenía la colonia con sus internos”.
La Colonia ocupa 266 hectáreas. En ella hay una ciénaga. Nunca se la dragó. Policías, con su proverbial soberbia, dijeron que no había indicios de que el cuerpo de Giubileo estuviera ahí. Era la misma Policía que llevó a una vidente al lugar!
ESCRITO Y PUBLICADO POR RICARDO CANALETTI (CANALETTIWEB.COM)