«Ruta 40. Cinco mil doscientos kilómetros desde la Patagonia hasta el Norte argentino», escrito por la periodista Sonia Reninson y el fotógrafo Alejandro Guyot, narra y muestra los secretos y curiosidades de la mítica ruta, y lo cuenta en una nota realizada por la agencia Telam.
La ruta mágica. La más mística. Un libro fundamental para el viajero que planea recorrerla, y muy entretenido para todo el mundo.
Como muy bien lo señala Analía Páez, en el sitio de Clarín: “El camino de los Siete Lagos, las grandes rutas del vino argentino, y del Olivo, por nombrar sólo algunas, son los atractivos que presenta la Ruta 40, llamada la columna vertebral del país con pintorescos paisajes que van desde el frío intenso del sur al calor agobiante del norte argentino, reunidos en el libro, editado por Planeta.
«Con este libro cada lector podrá hacer su propia travesía y guiarse con las ‘Miniaturas’ de las últimas páginas que contienen datos históricos», comenta Reninson en una entrevista con Télam.
– Télam: ¿Cómo comenzaste con esta idea de salir de la redacción y comenzar a escribir un libro?
– Sonia Renison: En 2001 conseguí un trabajo en una editorial de turismo para agencia de viajes y conocí el «métier» de las agencias y de los viajes. Luego, surgió hacer desde cero la revista El Federal donde propuse hacer secciones móviles sobre turismo que abarcaban viajes, economía del sector, pueblos, travesías, gastronomía. Como tenía muchos días de vacaciones acumulados les dije: «me voy a hacer la Ruta 40 y semana tras semana entrego un material, en una sección fija». Fueron 145 notas distintas sobre toda la ruta, una hermosa aventura.
– T: ¿Qué encontraste en ese recorrido?
– S.R: De todo, me di el lujo de hacer notas en los 206 pueblos de las 11 provincias que abarca la ruta que recorre casi la mitad de nuestro país. En la 40 encontrás desde la historia del planeta, los comienzos de la población del hombre en esas tierras, hasta cómo fueron desarrollando sus tradiciones, comidas y modos de vida.
– T: ¿La historia del planeta?
– S.R: Sí, recorriendo la ruta podés ver la evolución del planeta. Hay restos fósiles en el interior de las piedras del camino, hay arte rupestre en «La cueva de las manos» en la provincia de Santa Cruz, se ve el paso del tiempo y la erosión que hicieron el agua y el viento en un cerro que se llama «Pollera gitana» en el kilómetro 799 de la ruta vieja, o el mismo «Valle de la Luna» en San Juan, una formación del período Triásico (primer período de la era Mesozoica que abarca de los 250 a los 200 millones de años), entre otros.
– T: ¿Qué otros paisajes recorre la ruta?
– S.R: En la parte sur, los parques nacionales, glaciares, yungas, el arte rupestre, un testimonio de los cazadores prehistóricos que habitaron la región hace más de 10 mil años. A partir de ahí, se puede conocer toda la historia de los originarios: tehuelches, mapuches, ranqueles, atacamas, coyas y también se puede saber sobre los pioneros. Al norte del Parque Nacional Perito Moreno, en la provincia de Santa Cruz y próximo a la localidad de Hipólito Yrigoyen se encuentra el Lago Posadas, que originariamente era estancia y ahora cuenta con unos 250 habitantes; Los Antiguos, llamado así porque los ancianos de la comunidad tehuelche elegían esa zona para pasar sus últimos días. Ahora allí se celebra la «Fiesta de la Cereza» un encuentro que comenzó en 1988 y con el tiempo se le dio marco festivo a la finalización de la cosecha de esta fruta fina que ya comenzaba a perfilarse como una importante actividad agrícola. Creo que si la gente viajara por la ruta 40 aprendería mucho más que de los libros de historia.
– T: Neuquén es la única provincia que cuenta con la totalidad de la ruta 40 asfaltada. ¿Con qué vehículos transitaron el resto del camino?
– S.R: Pasamos por casi todo desde una Land Rover del 57, un Renault 12 del 97, una 4 X 4, y un auto de pequeño porte, por solo nombrar algunos. El secreto es recorrerla tranquilos, a poca velocidad para poder apreciar la flora y la fauna: guanacos, llamas, alpacas, vicuñas, ñandués, zorros, mientras el paisaje va cambiando de la estepa a la meseta de ahí a los lagos, del desierto a los valles, de la puna a la yunga, donde las personas de cada lugar te enseñan algo de sus costumbres.
– T: ¿Qué comidas probaste y recomendarías?
– S.R: El cordero patagónico, el chivito en Malargue, la fruta fina de Chos Malal, la que se cultiva en el Paralelo 42 (límite entre Chubut y Río Negro), el melón «Rocío de Miel» de la zona de San Juan, mientras que en el norte se encuentra esa mixtura ideal de la cocina española con la americana y los tamales, humitas, entre otras.
– T: ¿Hay algún dato curioso e imperdible para los turistas que quieran emprender la aventura de la Ruta 40?
– S.R: Aún hoy hay circuitos en base a las huellas de los huelguistas de lo que fue la masacre de los peones ovejeros en la Patagonia entre 1920 y 1921. Los que tienen más de 40 recordarán la película La Patagonia Rebelde del cineasta Héctor Olivera (1974) y como esas hay muchas pequeñas historias que unieron al país y que aún hoy están vigentes.
– T: ¿Qué anécdota te gustaría destacar de todo el recorrido?
– S.R: Un día viajamos por Jujuy con un chofer de la zona y se apunó. Estábamos a 3.800 metros de altura. No habíamos visto un sólo auto en toda esa jornada y de pronto se rompió el cárter del auto en un badén. Pensamos: «nos vamos a morir faltando tan poco para terminar el recorrido». Teníamos miedo porque a la noche la temperatura baja muchísimo. Habíamos pasado por el oratorio de San Expedito en San Juan donde nos dieron una estampita. La tomé entre mis manos y, milagro o no, de pronto escuchamos el ruido de un motor. De una de las curvas aparece una camioneta y el conductor que vio que estábamos varados y nos grita: «suban como puedan que me quedé sin frenos». Nos tiramos como bolsas de papas y a los 10 minutos se metió en un caserío, Coyaguaima, donde justamente estaban por celebrar un nuevo aniversario de la escuela construida por padres y alumnos hace más de 40 años. Sin querer, fuimos parte de una fiesta única.