
Una nota escrita por el periodista Alberto Amato para el portal Infobae, acerca de la acción que llevaron a cabo unas activistas en Londres, echando sopa a una pintura de Van Gogh, como protesta. La reproducimos, porque es un claro análisis de la imbecilidad, y sus consecuencias.
LA NOTA
Las activistas que atacaron al cuadro Los Girasoles, de Van Gogh, en Londres, se preguntaron en su proclama “¿qué es más importante, la vida o el arte?”, como si ambas cosas no fueran indivisibles. Sin dudas, la gente que dice querer salvar al mundo lee poco
El mal ya está hecho. Y que quede claro: es el mal. Dos idiotas tamaño catedral arrojaron una lata de sopas de tomate marca Heinz sobre “Los Girasoles”, una de las obras maestras de Vincent van Gogh, pintada en 1888. El cuadro se exhibe en la National Art Gallery, frente a Trafalgar Square, bañadas ambas por el luminoso otoño londinense.
Los idiotas son jóvenes, lo que no les habilita el idiotismo. Pertenecen a un grupo de desobediencia civil llamado “Just Stop Oil”, algo así como “Paren con el petróleo” y exigen que el gobierno británico “detenga todos los nuevos proyectos de petróleo y gas”. Otros que van por todo. La policía, que las identificó como Phoebe Plummer, de 21 años, y Anna Holland, de 20, dijo que luego del atentado ambas embadurnaron una de sus manos con cola y se pegaron a la pared de la galería. Están acusadas de “daños criminales y allanamiento agravado”. La foto de ambas recorre el mundo. Sus delirios políticos, también.
Frente al cuadro enchastrado, por fortuna protegido por un vidrio, Plummer lanzó su proclama de telenovela: “¿Qué vale más? ¿El arte o la vida?” (Chico, no tientes al diablo). “¿Vale más que la comida” ¿Vale más que la justicia? ¿Qué nos preocupa más? ¿La protección de una pintura o la protección de nuestro planeta y la gente? La crisis por el costo de vida es parte del costo de la crisis del petróleo”, gritó
http://https://www.youtube.com/watch?v=HPtLCTIEbKU
Las preguntas de Plummer, lanzadas desde un cuerpo bien alimentado, un corte de peluquería, unas ropas impecables y un delicado tatuaje en el antebrazo derecho, no tienen respuesta porque plantean una alternativa inviable. El arte o la vida. Como si una cosa no formara parte indivisible de la otra.
¿Quién les da vuelta la cabeza a estos cultores del idiotismo extremo? ¿Quién, y cómo, los convence de que la destrucción construye? ¿Cómo es que nadie les dice, ni ellos piensan por sí mismos, faltaría más, que si para hacer oír tu mensaje tenés que romper un Van Gogh, martillar un Miguel Ángel o quemar un libro, es que tu mensaje vale nada, está vacío de contenido y de futuro?
La proclamada lucha por salvar al planeta, un enunciado digno de los molinos de viento, ha llevado a muchos jóvenes a eludir, evitar, olvidar o desconocer los dramas más duros, terrenales y asequibles de la realidad. Lo cotidiano, la realidad, lo modificable, han quedado relegados por el compromiso ineludible de mi lucha para salvar al mundo. Putin, bien, gracias, un muchacho adorable. Esas cosas olvida el idiotismo. Y lo hace por ignorancia en el mejor de los casos. Por conveniencia, en el peor.
Ni Plummer ni Holland, las asesinas de Van Gogh, parecen desesperadas, decepcionadas o impotentes. Por el contrario, exhiben cierto mohín de iracundia, una especie de enfurruñamiento infantil, de ira caprichosa y de orgullo tonto. Como si dijeran: “Vean lo que somos capaces de hacer. Y ojo, que podemos enojarnos más todavía”. Si esos rostros se asemejaran al menos los de algunos de “Los comedores de patatas”, todavía. Pero ni eso.
Van Gogh estaba desesperado. Pero no destruía nada: pintaba como un loco. Era un genio y nadie lo reconocía. Vivía una pesadilla que, en parte, quedó reflejada en sus extraordinarias cartas a su hermano Theo. Esas cartas están recopiladas y a la venta por poca plata, tal vez lo que cuesta un par de latas de sopa Heinz. Pero ni Plummer ni Holland deben haber leído ni la vida de Van Gogh ni sus cartas desgarradoras a su hermano. La gente que tiene como misión salvar al planeta lee poco porque no tiene tiempo frente a su desafío enorme.
Qué mundo éste: la gente se jacta por no leer, por falta de tiempo o porque le cantan las narices, y de alguna manera son premiados y reconocidos. Algo así como lo que Gabriel García Márquez le hacía decir a la madre del patriarca dictador: “De haber sabido que mi hijo iba a ser presidente, lo hubiese mandado al colegio, señor”.
publicado en «Infobae»
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